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8.8.10

MARCAS DE VERANO



Paula Grande


El ciclismo siempre me ha parecido un deporte inspirador. Inspirador de sueño, básicamente. No hay mejor plan para una tarde nublada de verano que poner Teledeporte, tumbarse en el sofá y dormitar mientras Contador y compañía sudan la gota gorda subiendo el Tourmalet, el Col de la Madeleine o cualquier otra cima montañosa. Sin embargo, hoy me he sentido extrañamente identificada con estos abnegados deportistas mientras daban pedales. No por el esfuerzo físico, que seguro que les pagan un pastón y además, ven mundo. No, pensaba cómo les estaba zumbando el sol, activando su melanina hasta hacerles poseedores del bronceado más vistoso que se pueda imaginar (de manga y pierna corta). Y me solidarizaba con ellos porque, sí, lectoras, desde el pasado domingo yo también tengo moreno obrero.


Todo sucedió por accidente. Habíamos ido, mi churri y yo, a pasar el día a la playa cuando súbitamente me propuso abandonar la lectura en la que estaba enfrascada para dar un garbeo por la playa. A la una del mediodía. Con 30 grados a la sombra. Y yo, que soy muy complaciente, me levanté de la toalla y me dispuse a acompañarle. Así que allá fuimos, componiendo una bucólica estampa, cogiditos de la mano, chapoteando por la orilla y acariciados por la brisa marina. Se estaba tan a gustito que se nos pasó el tiempo y el paseíto se prolongó durante casi hora y media. Si os cuento que iba en bikini y no me había puesto protector solar, os podéis imaginar el resultado.




Antes de que me tachéis de loca e imprudente tengo que aclarar dos cosas: primero, que en realidad sí me había echado crema, pero sólo por detrás (porque estaba leyendo DE ESPALDAS); y segundo, que no soy de moreno fácil, ni de quemado fácil. En realidad, la mayor parte de las veces parezco inmune al sol, hasta el punto de que, cuando respondo a unos de esos cuestionarios que publican las revistas al comenzar el verano, en los que preguntan. “Cuando tomas el sol: a) te bronceas rápidamente; b) te pones roja y luego te bronceas; c) te quemas”, siempre echo en falta la opción d) nada de lo anterior, o mejor aún, nada de nada. Porque lo cierto es que un par de horitas de playa suelen causar en mí el mismo efecto que un par de horitas de flexo: ninguno en absoluto.




Pero claro, incluso mi perezosísima melanina tuvo que responder al atracón dominical de rayos solares (doble, tengo que confesarlo, porque después de comer, aún me animé a seguir tomando el sol, solo que esta vez, en la toalla y con crema de por medio). Y por supuesto, para cumplir con la ley de Murphy, esto tuvo que ocurrir cuando llevaba puesto un bikini de tiras anchas. Total, que al llegar a casa mi reacción cambió del “qué bien, me cogió el sol” (la cara) al “qué espanto, menudas marcazas me han quedado” (el escote), según iba bajando la mirada. Y es que después de la ducha parecía una cebra, sólo que con rayas rojas y blancas. Que digo yo, ¿por qué será que una nunca se ve colorada hasta después de salir de la ducha? Porque si el problema es el ritual de higiene post-playera, sería capaz hasta de dejarme las arenillas un par de días.



Total, que en una mañana he arruinado la fórmula infalible para evitar las marcas en el escote, consistente en: 1) hacer topless siempre que sea posible y 2) usar crema de factor 50 en todos los centímetros de piel comprendidos entre el pecho y la frente. En realidad, creo que podría ponerme la parte superior del bikini y seguiría sin tener marcas porque, con un factor tan alto, no es ya que no me coja el sol, es que creo que blanqueo, como Michael Jackson. Pero por otro lado, pocas cosas me parecen tan antiestéticas como un escote prematuramente arrugado por un exceso de exposición al sol, y la piel de esa zona del cuerpo es de las más finas y delicadas, con lo que demanda especiales cuidados.



Por suerte para mí, el despiste de un día no me va a causar daños permanentes, pero eso sí: me está costando más de la cuenta elegir qué vestirme por las mañanas, para ocultar las marcas del bikini y evitar así que me confundan con una guiri alocada de las que se duerme en la tumbona con la camiseta puesta.


Pero de los extranjeros y su particular visión de la moda playera prometo hablar otro día.

Hasta la próxima semana.

PD. Por si os lo estabais preguntando, mi churri también se puso un poco colorado, sólo que él, por detrás. Vamos, que entre los dos hacíamos un perfecto entrecot “vuelta y vuelta”.